El mundo solo se divide entre las personas que saben perder, y las que no saben. Yo, triste y desgraciadamente era de la segunda opción.
Lo había dado todo, me había jugado la vida y lo había perdido todo, por amor. Gasté todo mi dinero, todas mis ganas, mis ilusiones y a cambio había perdido todos mis sueños.
Al principio sabía donde me metía. Sabía que estaba mal lo que estaba haciendo pero solo el morbo que sentía era el mejor de los alicientes.
La primera vez que coincidí con Alex me impresionó, por su porte atlético, sus facciones aristocráticas y sus ojos verdes. Apenas aparentaba los treinta, y yo gastaba un dineral en comprar cremas antiarrugas.
Vine de dejar a los niños en el colegio, y como no tenía nada que hacer, me senté en la barra de la cafetería a leer el periódico mientras me tomaba un café con leche.
Él entró, dejó su abrigo en el perchero y vino con paso sereno pero decidido a mi lado.
Al principio nos miramos, luego empezamos a hablar, a la media hora ya éramos amigos íntimos y dos horas más tarde estaba encima de él en la parte de atrás de su coche.
Cuando llegué a casa aun olía a él. A sus abrazos, sus besos, sus mimos.. todo lo que mi marido no me daba.
El momento en que vi a mi marido fue cuando más mal me sentí, aunque parece que no duró mucho porque esa misma noche Alex me envió un mensaje y no pude evitar morirme de placer al recordar su boca jugando con partes de mi cuerpo que no sabía que existían.
Las siguientes semanas fueron un no parar, él era un crio, fogoso y ardiente, y yo quería recuperar algo de libertad perdida hace tanto.
Mi marido no se enteraba de cuando hablábamos por teléfono, siempre tenía mucho cuidado de hablar lejos de él, y tampoco le importaba que todas las semanas tuviera que salir de la ciudad por trabajo... A él solo le importaba si su equipo ganaba, y si sus acciones subían o bajaban.
Al final tuvo que pasar.
Era una tarde fria, y la llovizna me había empapado, pero no era por eso por lo que tenía un mal presentimiento.
Cuando llegué a casa mi esposo me esperaba sentado en la mesa de la cocina. Intenté aparentar que no pasaba nada, pero cuando me dijo que me sentara me fijé en el papel que llevaba en la mano y no tuve más remedio que hacerlo.
Era una carta del hotel Puig, de mi ciudad, donde decía que por las veces que me había ospedado allí me regalaban una noche en la suit que reservábamos siempre, la 'love suite' Todo empezó a darme vueltas, tenía que salir de aquella casa, así que cogí mi chaqueta y me fui corriendo a llamar a Alex.
Llovía a cántaros así que fui a su casa a la que pensándolo bien, nunca me había llevado. Cuando toqué, abrió la puerta una chica de unos treinta años, y cuando pregunté por Alex dijo '¡Cariño, una señora te llama! ¿Es usted su tia?' Por segunda vez ese dia la cabeza empezó a darme vueltas. Le dije amistosamente a su novia que ese no era un buen momento, me giré, y empecé a andar rápidamente deseando que el viento me llevará con él.
Lo había hecho todo mal.
Había destrozado mi vida tan solo porque no quería asumir que era una cuarentona.
Solo quería sentirme deseada, y ahora me había quedado sin todo lo que deseaba.